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Archive for septiembre 2010

Nunca tal fenómeno había sucedido antes ni en la historia de la economía ni en la historia de las organizaciones humanas. Los novatos, los recién incorporados, aquellos que tienen más que aprender, las personas con los salarios más bajos tienen, en definitiva, conocimientos más avanzados en tecnología y en manejo de la información que la media de los profesionales de las empresas que los contratan. Gestionan con habilidad, eficacia y rapidez múltiples fuentes de información.

Digo que nunca había pasado antes porque, hasta hace poco tiempo, las empresas eran propietarias tanto de las herramientas tecnológicas mas avanzadas como del conocimiento acumulado por la suma de sus profesionales. Los jóvenes eran folios en blanco sobre los que escribían las empresas. De repente todo cambia: una persona joven normal es mas dicha en las herramientas básicas que muchos de los profesionales que trabajan en ellas. Los recién llegados, ahora, están en disposición de refutar cualquier información, cualquier conocimiento con el simple uso de su smartphone. Más que una amenaza es una bellísima oportunidad.

Pero quizá en lo que mas se destacan los jóvenes profesionales es en la facilidad (como aquellos niños bilingües que no necesitan esforzarse para hablar perfectamente dos idiomas) en la forma que tienen de comunicarse con las maquinas. Y en la forma de relacionarse entre ellos a través de múltiples medios (que muchos gestores califican de pérdida de tiempo). Estos medios, las redes sociales. tienen tanta importancia estratégica como lo tenían el propio uso de Internet o del teléfono en su día.

Se da el caso de que, en muchas ocasiones, la gente joven tiene en sus casas equipos mas avanzados de los que encuentran en las oficinas. Pero realmente lo que les frustra es que, con frecuencia, no encuentran vías para desarrollar su habilidad y conocimientos relativos al manejo de la información.

A veces la reacción que tienen muchos profesionales ante esta insurgente manada de insolentes niños que tan bien utilizan las tecnologías es la de poner trabas a la utilización de muchas de ellas. Estoy convencido que les iría mucho mejor entendiendo como

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La gente cobra por trabajar. Ni Perogrullo se atrevería a soltar tal obviedad. Recibir una compensación económica por cederle a una empresa (institución publica, ONG o lo-que-sea) tiempo, esfuerzo físico, conocimientos o habilidades. ¿Seguro que es obvio decir que cobramos por trabajar?

Entonces… ¿a qué se deben tantas quejas? ¿Por qué dedicamos tanta energía a criticar, maldecir, penar… todo lo que tiene que ver con nuestro trabajo? Recibimos un sueldo a cambio, ¿no?, pues aceptemos que somos profesionales, es decir, personas que venden sus resultados a cambio de dinero. Y actuemos en consecuencia, poniéndonos a trabajar.

¿Significa eso que tenemos que aceptar cualquier penuria relativa a nuestro trabajo sin rechistar? ¿Significa que tenemos que ser borregos obedientes y sin cabeza? Mi mensaje es el opuesto. La opción que propongo es la opuesta: Cuando algo no funciona… ¡rebélese! Proponga, actúe, capte apoyos adecuados… Y si no lo consigue., vuélvalo a intentar. Puede que, incluso, se de cuenta finalmente que la institución para la que trabaja no merece el esfuerzo. En ese caso, si su orientación es «revolucionaria» (de no aceptar las imposiciones de un sistema que va en contra de sus forma de ser, le felicito por ello), tiene una buena opción: monte una empresa. Hágala a su medida. No tendrá tiempo para quejarse, solo para sacar su proyecto adelante.

Las buenas empresas motivan a sus trabajadores muy por encima del salario que les pagan. Los buenos profesionales devuelven de forma honesta con su trabajo y con su compromiso el salario que perciben. No es tan obvio cuando gestores y profesionales se quejan tanto de que la otra parte no cumple con sus responsabilidades. Que cada uno haga lo suyo.

Cristiano Ronaldo ha criticado hace unos días al público del Real Madrid por silbar a su equipo en vez de animarle. Ha criticado a las personas que le pagan su salario. Y muchos aficionados se han enfadado con él por ello. Quizá muchos de ellos critican a las empresas que les pagan sus salarios. Perogrullo debe estar enojado por ello.

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He aprendido una nueva palabra: “subóptimo”. Fue creada por el economista Ken Boulding y significa “Hacer lo mejor posible algo que no debería hacerse”. La cosa es que desde que he aprehendido la palabra y su significado no hago más que encontrar ejemplos de actividad “subóptima” en la vida real. Sobre todo, en el mundo de las empresas, en la actividad diaria de los profesionales que trabajan en ellas.

“Hacer lo mejor posible algo que no debería hacerse”. Seguro que encuentra decenas de casos donde este concepto resulta aplicable. A veces, el concepto se puede aplicar a ciertas tareas que desempeñamos. Incluso se puede referir al contenido de un puesto de trabajo. En otras ocasiones, el tema se está poniendo serio, a Departamentos enteros. Incluso, fíjese bien ya que se trata de organizaciones que están en riesgo de extinción, a empresas en su totalidad.

Lo pernicioso del asunto es que el concepto subóptimo habla de hacer. Hay actividad. Hay trabajo, real y efectivo. Acciones, reuniones, informes, estudios, análisis, … Sigamos analizando el concepto: “lo mejor posible”. Ahí encontramos calidad de trabajo, compromiso, objetivos, … Lo realmente perverso de la situación es que se hace mucho y bien algo que simple y llanamente no debería hacerse. Que se pierde tiempo, dinero, recursos y lo que es peor: foco. Mucha actividad que dispersa la atención de lo realmente importante: satisfacer al cliente y que la empresa sea rentable.

¿Por qué caemos en esa trampa? Es cierto que cuanto más grande es la organización más riesgo existe de caer en dinámicas subóptimas. En una empresa grande es más fácil olvidar para qué existe, cual es su propósito y cual la vocación para la que fue fundada. Poco a poco se va creando una realidad paralela que requiere consumir numerosos recursos.

Hay, sin embargo, otras razones que nos llevan a dedicarle tiempo y recursos a tareas que simplemente no deberían existir: Por inercia. Por pereza. Porque simplemente nos lo han pedido. Porque es más cómodo mantener a la gente ocupada que conseguir resultados.

Un día alguien se da cuenta de que la cantidad de actividades subóptimas se le está escapando de las manos y ordena un recorte lineal de plantilla:”¡Hay que reducir todos los departamentos un 10%!” Quizá es demasiado complicado hacer un análisis real de la empresa que llevaría a comprobar que hay departamentos que deberían incrementar sus recursos un 50% (aquellos que van a asegurar el presente y el futuro de la empresa) mientras que hay otros que, simplemente, podrían desaparecer.

Pero contemplemos la realidad con espíritu positivo. Pasar de lo subóptimo a lo óptimo no es tan difícil. Se trata de ser valiente, inteligente. encontrar los aliados adecuados, comunicar eficientemente y pasar a la acción. El reto no es simplemente ahorrar costes. Se trata de construir un proyecto en el que las personas que trabajan para su empresas se sientan importantes haciendo tareas importantes.

Una persona inteligente, una organización inteligente es aquella que se cuestiona a si misma, que se reta a si misma. Que reserva un pequeño espacio de su tiempo no para hacer sino para mirarse al espejo y, después, actuar. Estoy seguro que trabajar en un entorno subóptimo no satisface a nadie. Así que para cambiarlo lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos: ¿cuanto de subóptimo es el trabajo que hago todos los días? ¿cuanto de subóptimo es el trabajo de las personas que trabajan para mí?

Ahora le toca a usted. ¿Qué va a hacer esta semana para buscar los subóptimos y eliminarlos? ¿O lo dejamos para la semana que viene? ¿O la otra? ¿O…?

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