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Archive for noviembre 2009

¿Como saber si mi empresa es sensual o no?

¿Has creado lazos emocionales con tus clientes y empleados que van mas alla del precio o de la nomina? ¿Te ayudarían si se lo pidieras? ¿Te perdonarían algún error? ¿Sientes pasión por ellos y no por lo que consigues a través de ellos? Si las respuestas a esas preguntas es SI, tu Empresa es Sensual.

¿Es posible construir una imagen sensual para cualquier empresa?

Es posible, necesario e inteligente para las empresas incorporar códigos sensuales en su cultura. Es cierto que en algunos sectores es algo más difícil (lo que significa que llevara más tiempo), pero finalmente la sensualidad empresarial consiste en conectar con las personas como personas. ¿Hay alguna empresa que no este compuesta por seres humanos, con sus emociones, sentimientos, motivaciones, deseos…?

Parece ser difícil mantener los jóvenes de la llamada generación y por mucho tiempo en un mismo trabajo. ¿Esos jóvenes son mas expuestos a la sensualidad de las empresas al decidir cambiar de trabajo?

Los jóvenes cambian con mas frecuencia de trabajo porque no entienden la cultura de la mayoría de las empresas (autoritarias). Y las empresas hacen poco esfuerzo por entenderles a ellos. La Empresa Sensual si les vincula. Porque su objetivo es construir lazos basados en la seducción. De la seducción surge un compromiso mutuamente aceptado. No podemos afrontar la economía del siglo XXI con pautas de comportamiento más próximas al siglo XIX.

¿Cual es la responsabilidad de los jefes pelo a pelo sensual de una empresa para los funcionarios?

Las personas estamos siempre dispuestas a dar lo mejor de nosotros mismos. Si encontramos el entorno adecuado todos somos capaces de obtener resultados extraordinarios. El líder, el líder sensual, generará esos entornos. A través de ofrecer un proyecto apasionante, de tener un comportamiento justo y de conectar emocionalmente con su equipo, mostrándose mas como persona que como jefe.

Apuntas Apple como un ejemplo de sensualidad empresarial y Steve Jobs es conocido por tratar muy mal a sus empleados. ¿Como funciona esa relación?

¿Nos enamoramos con pasión de las personas simplemente buenas y afables? ¿O realmente nos apasionan aquellas personas que nos dan mucho pero también a veces nos desconciertan con las que mantenemos relaciones intensas y exigentes? Steve Jobs es «un amante apasionado»: da mucho pero pide mucho. Así también es Amancio Ortega, el fundador de Zara. Pero luego son líderes justos que se preocupan mucho por su gente.

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¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!

jump

Tendemos a pensar (aún no sé bien por qué), que la carrera profesional evoluciona de forma lineal, continua y creciente. Un progreso intenso que empieza en nuestros primeros años de carrera, que va creciendo hasta nuestra madurez, momento en el que nos estabilizamos (en el mejor de los casos). Una suave trayectoria que, en ocasiones, se verá interrumpida por grandes progresos debidos a decisiones normalmente tomadas por otros.

Saben que siempre voy a elevar cualquier argumento sobre el principio de que los profesionales tenemos que trabajar mucho y bien. El fruto de nuestro trabajo debería valer para ser puesto en una balanza cuyo peso y medida determinaran nuestra carrera profesional. Bien sabemos que las cosas en la vida real no funcionan así. Ni siquiera la más objetiva opinión de clientes y/o colegas son los criterios más utilizados para proyectar nuestro camino hacia el éxito. Son otros los factores, son otras las reglas del juego, son otras las palancas y los frenos que finalmente nos llevan hacia donde queremos.

¿Cuales son, pues , esos factores? Ya hemos dicho que no es la regularidad de nuestro trabajo, por muy consistente o por mucha calidad que tenga el mismo. No es el simple buen hacer, o las muchas horas empleadas. No son los millones de puntos que trazan las líneas rectas de nuestra trayectoria. Digámoslo claro: Lo que realmente nos hace avanzar en nuestra carrera profesional son los saltos. Esas pequeñas (o grandes) decisiones que quiebran nuestra rutina, nuestra diaria actividad, la forma en la que siempre hemos hecho las cosas. Los saltos son esas ocasiones que habitualmente coinciden con un acto de valentía (una idea atrevida que, con arrojo, nos atrevemos a poner en práctica) o de victoria sobre la pereza (la decisión de aprender inglés que hemos atrasado durante años, por ejemplo)

Y, ahora, déjeme destacarle algo que considero fundamental. No es la magnitud de los saltos lo que importa: es la frecuencia con la que decidimos saltar. Teniendo en cuenta que los brincos que hagamos no siempre supondrán grandes victorias sobre los demás o sobre nosotros mismos. A menudo bastará con pequeños divorcios con nuestras rutinas o pequeños actos de valentía o determinación. Por supuesto que en ocasiones se presentarán oportunidades que deberemos aprovechar para pegar nuestros brincos. Pero como no es sabio dejar que la fortuna maneje nuestro destino, le aconsejo que planifique a lo largo del año momentos en los que usted mismo se fuerce a saltar.

No olvide, por último, que cuanto más salte, más fuertes serán sus piernas. Esas imaginarias piernas que le ayudarán a subir a ese sitio que usted desea.

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anonimo

No apareces en las páginas salmón de los diarios económicos. No concedes entrevistas a periodistas que quieren explicar a los demás cómo ser como tú. No trasmites tus conocimientos (aunque los atesoras en mayor cantidad que nadie) en prestigiosos centros del saber empresarial. Nadie escribe libros donde te pone como ejemplo, aunque sin profesionales como tú las más sólidas empresas se desvanecerían como livianos castillos de naipes.
Sin embargo, eres la clave para que las empresas funcionen. Las buenas y las menos buenas. Porque a pesar de que los méritos se los llevan otros, tú perteneces a esa clase de profesionales que producen más resultados, genera menos problemas y necesitan menos supervisión. Y lo haces de forma callada, alimentando tu motivación sólo a través de tu enorme sentido de la responsabilidad.
A veces te toca aceptar como otros con menos méritos son promocionados. Gente que se ha preocupado más por agradar a su jefe que por hacer su trabajo. Profesionales que son relaciones públicas de si mismos, a los que les cuesta poco engañar a sus jefes. Porque sus jefes son como ellos. Ni siquiera te alegras cuando su estela se va agotando. Ni siquiera te enojas porque el mérito de tu trabajo se lo atribuyan otros cuyas únicas virtudes son las de parasitar el mérito ajeno.
Sí, claro que sí, te gustaría tener más reconocimiento. Por supuesto que te agradaría que tu compensación reflejara mejor la contribución real que le proporcionas a tu empresa. Pero cuando llegas a tu puesto de trabajo ese malestar casi se olvida y te vuelves a centrar en lo que tienes que hacer, en lo que debes hacer.
Aunque hay empresas que sí te valoran. Prefieren rodearse de hombres y mujeres capaces que puedan desarrollar su trabajo en un ambiente que valore los resultados y no las conciencias políticas. De hecho, son empresas que alimentan el deseo de sus profesionales por alcanzar sus metas  ofreciendo carreras basadas en proyectos y no en galones. Lo extraño es observar que, todavía hoy, esas empresas de envidiables resultados siguen siendo la minoría.
Pero que no se engañe nadie: eres ambicioso, muy ambicioso. Pero tus objetivos no se consiguen en función de los escalones que subes en tu carrera profesional ni las cabelleras que tienes que cortar para que tu nombre sea pronunciado cada vez con más respeto. Simplemente, trabajas por satisfacer a las personas que en algún momento han confiado en ti.
Aunque, realmente, lo que te enoja es que te tomen por tonto. Puedes pasar (casi) por alto que te traten con injusticia, cuando tu empresa da más a quién merece menos. Pero no toleras que te engañen o que te traten como un niño. Que se confunda la humildad con la ingenuidad.
Eres, simplemente, un buen profesional. Mi reconocimiento y mi agradecimiento. Sé que no los necesitas, porque a ti te basta con hacer bien las cosas. Pero quiero aprovechar esta columna para, públicamente, pedirte disculpas por no haber reconocido suficientemente tu trabajo cuando me he cruzado contigo como cliente o colega. Me descubro ante ti, un poco cegado por tu brillo, mi admirado hombre invisible.

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